miércoles, 18 de junio de 2014

CONFERENCIA DE MONSEÑOR FELLAY EL 27 DE FEBRERO DE 2014 A LOS PRIORES DEL DISTRITO DE FRANCIA EN FLAVIGNY.- PARTE 2

MÁS VOLTERETAS, MÁS CONTORSIONES Y MÁS IDAS Y VENIDAS DE MONS. FELLAY

Por una parte, mantenemos que tenemos el derecho al título de católico, lo que se nos niega por esta entidad que tenemos frente a nosotros. Por otra parte, está claro que no queremos mendigarlo a los modernistas, no tiene sentido.

Y sin embargo Moseñor Fellay mendigaba “un gesto” de Benedicto hacia la FSSPX cuando se anunció la dimisión de éste. (Ver aquí)

Ellos niegan la mitad de los dogmas, no es a ellos a quien les pediremos cualquier cosa.

¿Sólo la “mitad de los dogmas”? Y aunque negaran un solo dogma, es más exacto decir: “son herejes”, pero Mons. fellay evita usar la palabra "hereje", seguramente porque no es muy ambigua ni es muy diplomática, que digamos.

Es verdaderamente una situación complicada.

Es ante esta situación que el capítulo del 2006 se encontró. Podemos afirmar, basándonos en sus declaraciones (por ejemplo, lo que dijo a los obispos), que Monseñor estaba confiado que pronto habría un papa, un buen papa, que tendría la fe (creo que alguna vez hablo que tardaría 5-6 años o 10 años); para él, esta crisis de la Iglesia era algo que no debía durar mucho tiempo. Y una vez que este papa estaría allí, nosotros, los obispos, podríamos depositar en sus manos nuestro episcopado. Evidentemente, esto supone un verdadero papa, un papa católico en el sentido completo del término, esto supone que las cosas han reentrado en orden.

25 años después, vemos que las cosas no han sucedido así, simplemente. Pero sin embargo, esta perspectiva reposa en las promesas de Nuestro Señor: “Las puertas del infierno no prevalecerán” contra la Iglesia. El tiempo de crisis, el tiempo de una ocupación por una entidad extranjera, no puede durar demasiado tiempo, si no, las puertas del infierno habrán prevalecido.

¿Y cuántos años es “demasiado tiempo”? Más ambigüedad e imprecisión.

Por lo tanto, esperamos que las cosas regresen al orden y, en este momento, podremos entrar en una situación ordinaria, es decir, en el orden, con Roma. Es lo que entendemos por “no al acuerdo práctico sin acuerdo doctrinal”. Acuerdo doctrinal, eso no quiere decir que se firme un papel, eso quiere decir mucho más que eso, eso quiere decir que estamos de acuerdo doctrinalmente. Eso quiere decir acuerdo doctrinal. Que las cosas han regresado al orden.

Y en ese momento, evidentemente, podemos, serenamente, sin temor, tener una relación normal con las autoridades. Porque cuando decimos Roma, designamos a la autoridad.

Bien en esto. Es el paso adelante.

Es la famosa cuestión: ¿Podemos ponernos bajo una autoridad que nos es contraria?

Pero ahora vuelve atrás al plantear una pregunta absurda. Es el paso atrás.

Razonablemente, la primera cosa que viene a la cabeza cuando nos planteamos esta pregunta, es: evidentemente no. ¿Por qué? Porque no podemos ponernos bajo una autoridad que quiere hacernos perder la Fe, que nos ordena cosas que son literalmente pecados mortales. Por lo tanto, de una manera razonable, se emitió el principio: esperemos a que las cosas estén de nuevo en orden en la Iglesia y, en ese momento, sucederá.

Nuevo paso adelante.

El capítulo de 2006 no expresa directamente el principio de esa manera. En el capítulo se dijo: en las raras relaciones que tendremos con Roma, el único objetivo será la doctrina y no buscaremos un imposible acuerdo práctico. No está muy lejos de la frase que escribí en un Cor unum posterior: “No al acuerdo práctico sin acuerdo doctrinal”.

El fondo sigue siendo el mismo: ¿Por qué estamos en tal situación frente a esta realidad? Porque queremos permanecer católicos. Es lo que recibimos de Monseñor Lefebvre. Monseñor se defendió, peleó por eso. Él conservó este depósito, que no es solamente el depósito de la Fe, el cual ahora posee la Fraternidad, que es el conjunto del tesoro católico. Nosotros lo recibimos y queremos conservarlo.

Lo que es extraordinario es el ver que el simple hecho de querer guardar este depósito, Tradidi quod et accepi, puso a Monseñor Lefebvre y a nosotros en dificultades con lo que nosotros llamamos la Iglesia. De cierta manera, no puede ser la Iglesia la que condena de esta manera, pero ella aparece como siendo la Iglesia. Es el misterio de la pasión de la Iglesia.

Nosotros nos encontramos plenamente en lo que dijo Nuestra Señora de la Salette, hablando de Roma que perdería la Fe, hablando de un eclipse de la Iglesia. Es una expresión que es muy fuerte. Cuando hay un eclipse, el objeto permanece, allí está pero no lo vemos. Cuando hay un eclipse, de sol o de luna, el cuerpo celeste está realmente allí, pero ya no podemos verlo, hay un obstáculo que hace que no podamos verlo. Es un poco lo que nosotros vivimos, un eclipse no total, evidentemente, sino en gran parte. Es esto lo que crea la dificultad, en lo concreto, de abordar esta distinción entre la verdadera y la falsa Iglesia.

¿Qué relación podemos tener con la verdadera Iglesia que está enferma hasta este punto? Esta es toda la cuestión que se nos plantea. Otra vez, creo que el principio que nos guía es el de la supervivencia, el de querer permanecer católicos. Por lo tanto no podemos realizar un acto que pondría esta existencia en peligro.

Esta es nuestra manera de abordar el problema. Nosotros reflexionamos con prudencia, con la fe, y nos parece que las cosas van así. No olvidemos que la Iglesia es un misterio, hay algo que nos sobrepasa, incluso dentro de lo que pasa. Nosotros no tenemos todas las soluciones. Por lo tanto, por un lado, conservamos nuestro apego a la verdadera Iglesia, y por otro, no tenemos nada que ver con ese sustituto de iglesia que se encuentra ante nosotros.

Pienso que la cuestión de preguntarse: “¿En qué momento podemos decir que ahora podemos avanzar hacia un reconocimiento canónico?” esta cuestión depende del siguiente examen: la situación y los elementos que entrarían en la hipótesis de un “acuerdo” ¿son tales que garanticen justamente nuestra existencia? Este es el juicio de fondo.

Un astuto paso atrás: ¿lo esencial es que se garantice la existencia de la FSSPX? No: lo esencial es que la FSSPX siga combatiendo el liberalismo y el modernismo.

En 2012, estuve un poco demasiado optimista. Esto no quiere decir que yo había llegado hasta la conclusión de que había que hacer un acuerdo. La prueba, es que no llegó.

No llegó porque Roma elevó las exigencias. Esa fue la causa de que el Vaticano rechazara la traidora Declaración Doctrinal de Mons. Fellay.

Pero yo me dije que, tal vez, había una cierta esperanza de que pudiera llegar. Manifiestamente la realidad estaba allí para mostrarnos que no, que no era el momento.

El problema no es de oportunidad, de momento. El “cuándo” es algo accidental. Lo esencial es el “qué”, la doctrina, la fe.

Los elementos que estaban a favor (de tal acuerdo) eran que Roma parecía haber bajado la barra de nivel del concilio o, si ustedes quieren, en cuanto a la obligación del concilio. Yo digo parecía. ¿Por qué? Porque ellos hablaban de una discusión legítima sobre los puntos difíciles. Si podemos discutir los puntos difíciles del concilio, eso quiere decir que el concilio es discutible. Si es discutible, quiere decir que está al nivel de la opinión, ya no está al nivel de la obligación. Pero esta frase no estaba lo suficientemente clara y tomo mucho tiempo para aclararse. Llegamos al mes de junio donde estaba ya muy claro: “ustedes deben aceptar el concilio”. La frase del papa fue: “Ustedes deben aceptar que el concilio forma parte integrante de la Tradición”. En ese momento estuvo claro, fue evidente que si aceptábamos eso, desnaturalizábamos la Fraternidad, la demolíamos, perdíamos el tesoro que está en nuestras manos. No teníamos el derecho de hacerlo.

También se destruye la FSSPX aceptando que el concilio “es discutible”. Nadie tiene derecho a defender un concilio malo y nefasto, y nadie tiene derecho a llamar “discutibles” a las envenenadas enseñanzas del concilio que están demoliendo a la Iglesia. El concilio no es "bueno" ni es "discutible". El concilio es malo y punto. Es patente acá el liberalismo de Mons. Fellay.

Asimismo por la misa, el hecho de obligarnos a aceptar que la nueva misa es lícita, lo que quiere decir buena, es contrario a toda nuestra experiencia, todos nuestros análisis y nuestra percepción de la realidad. No, nosotros no diremos que la nueva misa es lícita o legítima, porque no es verdad.

Pero usando de lenguaje doble y recurriendo a inaceptables reservas mentales, dijo en su Declaración Doctrinal que la Misa Nueva fue “legítimamente promulgada”, lo cual fue entendido por todo el mundo como un simple reconocimiento de la legitimidad de la Misa Nueva.

Y entonces, una vez que estos elementos estaban reunidos, nos mostró que la Roma que teníamos ante nosotros nos quería obligar a avalar el concilio y la nueva misa. Eso no podía suceder, es todo.

En el texto que redacté en esa época, quise evitar la palabra “legítima”, haciendo énfasis en la promulgación. Que se comprenda bien; ¿por qué me atreví a actuar así? Porque Roma había dado como definición de la palabra legítima: “lo que es conforme al derecho”. Dicho de otro modo, “legítimamente promulgado” quería decir simplemente “ellos siguieron las reglas de la promulgación”.

Según eso, Mons. Fellay puede afirmar que la ley de aborto o la ley de matrimonio sodomítico fueron “legítimamente promulgadas”. Esto no es más que un lenguaje doble, totalmente indigno de un Obispo católico e increíble en el sucesor de Mons. Lefebvre.

En francés, la palabra legítimo es muy rica en otro sentido. En francés, cuando se habla de legítimo, se incluye un elemento de bondad. En este caso, yo no estoy de acuerdo en decir que ella haya sido legítimamente promulgada. Que quede claro para todos: la nueva misa no ha sido legítimamente promulgada, en este sentido. Durante su primera promulgación, ellos no respetaron el derecho, pero enseguida ellos lo corrigieron (en las discusiones doctrinales, es l ’Institutio generalis Missale Romanum de 2003 el que fue objeto de discusión con los expertos de la Congregación para la Doctrina de la fe). Esto podía confundir.

No "podía": confunde y escandaliza de hecho.

En cuanto a la famosa hermenéutica de la continuidad, siempre hemos dicho que es inaceptable. ¿Qué se entiende por hermenéutica de la continuidad? Recuerden las palabras de Monseñor que dijo: “Cuando Roma venga hacia nosotros, yo les preguntaré ¿están de acuerdo en firmar Quanta cura, el Syllabus, Pascendi? En nuestras discusiones con Roma, se puede decir esto es lo que nosotros hicimos, en particular con la libertad religiosa. Y la respuesta que nos dieron fue la siguiente: “Pero evidentemente todo católico está obligado a aceptar Pascendi y Quanta cura”. La diferencia es que nosotros decimos: “Estos textos son opuestos a la libertad religiosa y la condena”, mientras que Roma dice: “No, es diferente, está uno junto a otro, es un complemento, pero la libertad religiosa no suprime nada de la doctrina de la tolerancia, el principio de tolerancia sigue siendo válido”.
Esto muestra, si podemos decirlo, que el problema es mucho más refinado de lo que podíamos imaginar.

¿Refinado? Son herejes y gente que razona violando el principio de contradicción. ¿Refinado?

Si ustedes quieren, es el principio de la no contradicción que salta.

¿Si ustedes quieren? ¿No es evidente?

En cierto momento, frente a nuestros sacerdotes que mostraban que había contradicción, o cuando estaban acorralados ellos decían: “Ayúdenos a mostrar que no es contradictorio, ayúdenos a superar la contradicción”.

Nosotros pusimos la enseñanza tradicional ante ellos, pero ellos están tan atrapados en su perspectiva modernista que el principio de no contradicción es lesionado; se hace verdaderamente difícil discutir. Además, las discusiones acabaron mal, si podemos decirlo así, porque nosotros nos hicimos tratar de protestantes y nosotros los tratamos de modernistas. Así terminó.

¿Y qué quería? Pero ellos si son los herejes modernistas y no nosotros, Monseñor.

Que sorpresa, después de estas discusiones, escuchar por parte de Roma que las discusiones habían tenido éxito, que las discusiones habían ido bien. Pues sí, cada parte pudo exponer claramente su posición.

Ninguna sorpresa: para los liberales lo que importa es “dialogar y ejercer el derecho a opinar”. La verdad no importa.

Me parece que ese no era el objetivo perseguido por estas discusiones. Pero es así como ellos cayeron en sus pies, por decirlo así. Pues de hecho, nosotros habíamos terminado con una constatación de no acuerdo y de oposición.

(seguirá)